lunes, 31 de octubre de 2011

La Mujer y El Trabajo




MUJER Y TRABAJO

Mucho ha sido dicho y escrito sobre la relación de la mujer y el trabajo en el mundo contemporáneo, por eso empezaré con una necesaria aclaración histórica: la mujer siempre trabajó.
Esta afirmación sirve para centrar el problema en su justa dimensión, dado que a menudo se define nuestra época como la que permitió el trabajo femenino.

1-      El trabajo lejos del hogar

Es verdad que la revolución industrial, sobre todo durante el siglo XIX, significó un cambio extraordinario en el campo laboral -lo que no quiere decir que haya sido extraordinariamente bueno ni para varones ni para mujeres- por la masiva incorporación de asalariados y asalariadas al trabajo industrial.
El primer efecto fue la separación del lugar del trabajo respecto de la vivienda, cuando antes se trabajaba en el mismo lugar en que se vivía. Esto produjo una rápida y altamente desordenada urbanización, con la aparición de aglomerados de viviendas precarias, carentes de servicios y mínimas comodidades. Claro que la alternativa era el hambre, por lo cual no criticaré el trabajo en sí, pero sí sus condiciones. En cuanto a la vida familiar, que generalmente constituye la mejor defensa contra la pobreza y la enfermedad, el hecho de que las mujeres pudieran aportar algún beneficio económico al hogar sería seguramente positivo, a pesar de que se pagó por él un alto precio, que fue el virtual abandono del hogar por parte de padre y madre por casi todo el día, o, como alternativa nacida del mismo problema, la incorporación prematura de la niñez al trabajo asalariado.
Las novedades sobre el trabajo de la mujer hacia fines del siglo XIX  y sobre todo durante el siglo XX consistieron en la incorporación de la mujer al trabajo profesional, que implicó la apertura a la población femenina primero de institutos terciarios y después de las universidades, aunque no todas las facultades. Las primeras profesiones femeninas tenían que ver con la atención a las personas, así que se trató sobre todo de formar a enfermeras especializadas y a maestras y profesoras. Después fueron cayendo una a una las barreras culturales que impedían el ingreso femenino a determinadas carreras, y las universidades fueron admitiendo a las mujeres en todas sus especialidades, no sin tener que éstas tuvieran que vencer  ulteriores obstáculos en sus compañeros, profesores o futuros clientes.
Ahora el panorama es muy diferente y las dificultades son también distintas. Siguen persistiendo algunos prejuicios respecto de la idoneidad femenina en determinadas especialidades, como por ejemplo la cirugía o la industria pesada, pero hay mujeres trabajando en prácticamente todos los trabajos y los niveles directivos posibles, seguramente con mayor presencia donde esté en juego el contacto con las personas.
Lo interesante de la cuestión no es tanto derribar los últimos prejuicios existentes contra una igualdad de oportunidades entre varones y mujeres- en algunos países europeos han creado inclusive un ministerio que se ocupa precisamente de eso- sino en mejorar  la relación trabajo-vida personal y familiar, dado que el riesgo cultural actual no es la exclusión de la mujer del mundo del trabajo, sino el sacrificio de la persona y de la familia en aras a la productividad.
Es lógico pensar que en un país económicamente inestable como la Argentina tener trabajo es ya de por sí un bien, así que uno agradece y no tiene pretensiones. Sin embargo ya se oyen quejas cada vez más frecuentes sobre la dificultad de conciliar la vida laboral con la vida familiar, y suele ser la mujer la que se queja más, por sentirse más directamente implicada en las problemáticas de la casa, pero también los hijos y los maridos son parte interesada en un cambio cultural a favor de un trabajo integrado armoniosamente con los otros aspectos de la vida de la persona.
En la Argentina  aumenta cada año la cantidad de mujeres que trabajan fuera de su hogar, y este número se incrementa en la medida en que nos dirigimos a una generación más joven: las chicas que empiezan ahora su vida adulta ya no tiene como prioridad casarse y tener hijos, sino que aspiran a conseguir un buen empleo por el cual acceder a los bienes que esta cultura promete- y exige. En esta aspiración la diferencia social y de educación influyen sobre el panorama de posibles alternativas laborales, pero no sobre las metas: el éxito de una vida, tanto de la mujer como del varón, se tiende a medir por el beneficio económico o la rapidez del ascenso dentro de la organización laboral, y no tanto por otros factores ligados al desarrollo personal y afectivo.
Lo que antes parecía ser la modalidad masculina de presencia en el mundo, ligada al reconocimiento público de lo que uno sabe hacer, es ahora también un parámetro femenino de medición de la propia capacidad.
Hasta aquí nada raro, sino un cambio coherente con la modificación del acceso a la educación y al trabajo profesional, que hace pesar más lo que podríamos llamar la vida pública  sobre la vida privada. Sin embargo la vida tiene los dos aspectos, fuertemente interconectados.
Por esta razón identificamos algunos elementos de preocupación que surgen de a preponderancia que la cultura actual está dando al desarrollo de la carrera laboral por sobre el desarrollo personal y familiar.

2 Aportar desde la diferencia

En primer lugar es interesante señalar que, en el esfuerzo de asimilación de las mujeres al mundo del trabajo  remunerado, aspirando a una igual remuneración que los varones, éstas han tenido la tendencia a borrar toda diferencia con respecto a los hombres para manifestar su plena aptitud para cualquier tipo de actividad.
En esa nivelación de diferencias se han perdido quizás ciertos aspectos positivos de lo femenino, de los cuales el mundo tiene hoy una urgente necesidad; podríamos definir rápidamente esas capacidades diferenciales como servicio a la persona.
Para asegurarnos que esta afirmación no sea atribuida a la supervivencia de prejuicios, nos apoyamos en ciertas evidencias científicas recientes sobre cierto diferente funcionamiento del cerebro femenino con respecto al masculino, que se repercute lógicamente también en la conducta y en la capacidad para interactuar.
La clave de las diferencia parece depender de un mayor desarrollo relativo del cuerpo calloso, ese conjunto de fibras que une los dos hemisferios cerebrales. En la mujer se ha constatado un desarrollo de hasta un 12% mayor que en el varón. Una de las funciones que mejoraría esa mayor extensión del cuerpo calloso es el intercambio de información y de actividad entre los dos hemisferios que habilita para la comprensión de aspectos humanos complejos de las situaciones. Se destacaría, por ejemplo, la capacidad de comprender el estado emocional del otro, así como una especial aptitud por tener en cuenta numerosos detalles del contexto, que pueden dar un panorama más preciso de una situación.
La mujer tendría así un mejor rendimiento comparativo en tareas como la comunicación, la menoría, el trabajo en equipo, cierta forma de liderazgo ligada al desarrollo de los demás.
Si la integración de la mujer al mundo del trabajo implica la pérdida de sus capacidades diferenciales, podemos afirmar que el mundo del trabajo en general se empobrece. Frente a un panorama más complejo de relaciones entre personas, o entre países y culturas diferentes, perder el punto de vista femenino y sus capacidades propias no es oportuno.

3- Presencia en la casa

Un segundo aspecto que hay que tener en cuenta para buscar soluciones es que la presencia femenina cada vez más numerosa en todo tipo de trabajo tiene como contrapartida una casa con cada vez menos presencia de mujeres. Se me puede objetar que esto sucede también con el varón, a lo que contestaré que es verdad, y que quizás la actual creciente ausencia de mujeres en el hogar nos hará finalmente buscar una solución para que también el varón recupere su tiempo para la familia.
Ignorar la importancia de la familia para la sociedad es someterse a una ideología abstractamente individualista, según la cual la vida de cada uno es independiente de la de los demás, y el progreso profesional y económico será tanto mayor cuanto más autónoma sea la persona de exigencias de otros.
Sin duda  familia es una estructura orgánica de la sociedad, por la cual  ésta crece y transmite sus valores y su cultura. Si funciona medianamente bien, el recambio generacional va a ser de buena calidad, con personas capaces de convivir e interactuar generosa y eficazmente. Por eso la familia en general y la maternidad en particular son dignas de ser protegidas.
Por su parte el mundo del trabajo, como aspecto integrante de la sociedad, debe estructurarse de tal manera que la persona pueda vivir una vida personal y familiar satisfactorias. Hasta ahora parecía que la familia debía ser sacrificada en aras de la total disponibilidad para el trabajo; el ingreso de muchas mujeres al mundo del trabajo ha modificado esto, porque han sido ellas -más que ellos- las que han reclamado más tiempo para la familia. En realidad tanto el varón como la mujer se benefician si hay más flexibilidad y más reconocimiento de las necesidades personales y familiares, pero el reclamo ha sido más una iniciativa femenina-por motivos ligados a los embarazos, la lactancia y la crianza de hijos pequeños- que masculina. Ahora se trata de una nueva cultura de conciliación entre ambos espacios. Si bien estamos recién en los comienzos, ¡bienvenida!

4- Redistribuir los tiempos y las tareas

Veamos ahora algunos números de este cambio cultural.
En una encuesta hecha por el proyecto CONF y E (Conciliación Familia y Empresa) del IAE-Universidad Austral, a la que respondieron  576 mujeres jóvenes, la mayoría con hijos o embarazadas, encontramos estos porcentajes sugerentes.

Distribución del tiempo

·        Las mujeres que trabajan fuera de su casa dedican a los hijos el 33,6%  si trabajan parte time y  27,3% si trabajan por tiempo completo;
·        la mujer que trabaja fuera de su  casa dedica sólo un 2% de tiempo a ella misma, un 4 % a estar con el marido sin los hijos;
·        al trabajo dedican  el 21,8 % (parte time) y el 31,9 % (tiempo completo);
·        a las tareas domésticas se dedica el 12% (parte time) o el 7,8% (tiempo completo);

Valoración del trabajo de la mujer por parte de los maridos

·        el 81% valora que la mujer tenga su trabajo, y el 76 % lo valora tanto como el propio;
·        el 54% de los maridos ayuda espontáneamente en la crianza de los hijos y lo hace el 64% si su ayuda es requerida;
·        el 63% de los maridos ayuda en las tareas domésticas.

En cuanto a  las responsabilidades, el 51% se queja de no poder satisfacer plenamente las de la familia contra el 64% que se queja respecto de las laborales.
De las encuestadas, el 51% trabaja por necesidades económicas y el 34% para desarrollarse profesionalmente. Como se trata de una encuesta que implica el acceso a Internet, no es representativa de la población total de Argentina, pero sí es indicativa de la población urbana.
Una conclusión que se puede extraer de estos porcentajes es que al vida familiar se ve reducida en los tiempos, pero que está empezando a sumar más a los padres; por otra parte el trabajo de la mujer es menos resistido por parte de los maridos y es a menudo reconocido y valorado, no sólo por sus resultados económicos.
Falta mucho para que el trabajo de varones y mujeres sea plenamente compatible con una vida familiar satisfactoria. Se trata de una prioridad personal y social, porque de la calidad del mundo del trabajo- y esa calidad se mide en términos de la plenitud de las personas- depende la calidad de vida de la comunidad.